viernes, 12 de junio de 2015

POND WAY- MERCE CUNNINHAM







Todos podemos recordar cuando, en nuestra infancia, al acercarnos a un lago o a un estanque, agarrar una piedra plana y competir con nuestros compañeros o hermanos a ver quien la lanzaba más lejos y con más rebotes en el agua.
Estos recuerdos fueron los que animaron a Merce Cunningham a crear esta pieza, Pond Way, que recrea cuando de pequeño, jugaba con las piedras a rozar la superficie del agua.

Esta obra forma parte de los estudios de naturaleza de Cunningham evocando y rememorando los movimientos y el ajetreo de los insectos, aves, habitantes de los estanques y lagunas. Libélulas, zapateros, mosquitos,… ranas? Toda una fauna de moradores que evolucionan coordinados, evitando chocar, los unos con los otros.
Coordinados entre ellos, cuando uno comienza, el otro le sigue en una temporización ajustada de movimientos.



La obra fue estrenada el 12 de junio de 1998 en la Opera Nacional de Paris. La duración de la obra son 21 minutos y el paisaje sonoro fue compuesto por Brian Eno. Esta música nos puede recordar las evoluciones de las ráfagas de viento sobre la superficie del estanque, los ecos del agua que salpica, el aleteo de los insectos. Los ruidos producidos por los saltos de los bailarines, de una manera independiente, acompañan esta música entre electrónica y ambiental.


Cunningham tuvo una relación tanto artística como afectiva con John Cage desde 1942 hasta la muerte de este en 1992 y evidentemente la estructura asimétrica de la música de Cage influyó en las coreografías de Cunningham para romper con las estructuras clásicas en la danza, y buscar como dice en la entrevista,  MC Working Process,  hacer que el bailarín evolucione en su danza independientemente del sonido, música, ruido de fondo, separando la música de la trama de la obra. El bailarín siente su cuerpo y los movimientos que ejecuta, independientemente de otros factores como la música, que en realidad son más sonidos ambientales, sin ritmos definidos. La música y la danza se conciben separadamente pero se performan juntas.



La escenografía fue diseñada a partir de una obra de Roy Lichtestein, pintura de paisaje con barco, recordando las burbujas y gotas de agua. Consiste en un fondo blanco que atraviesa todo el escenario, salpicado de puntos negros de diferentes grosores al estilo de Lichtestein, formando líneas de puntos horizontales, y que podría simular un cielo o la superficie del agua.

El suelo es en tono azul, evocando la superficie del estanque.






Se sabe que para esta pieza, Cunningham pidió a Linchestein que le hiciera el telón de fondo, en el estilo de su reciente exposición “Paisajes en estilo Chino” (con influencia de Degás). Linchestein murió antes de poder realizar este encargo pero su viuda permitió a Cunningham seleccionar una pintura para utilizarla en la obra.
Más que Degás, según mi visión, me trae a la memoria la obra de Monet, los Nenúfares, donde podemos imaginar la misma ambientación, teniendo en cuenta la diferencia de espacio y tiempo.
En Monet, la descomposición de los colores hace que se relacione estrechamente con la descomposición puntillista de Roy Linchtestein, quedando íntimamente ligados en nuestro imaginario.



El vestuario fue diseñado por Suzanne Gallo. Consisten en trajes formados por pantalones y cuerpos holgados, de color blanco, cuyas mangas y perneras imitan las alas de los insectos, y con el movimiento y las evoluciones de los bailarines, se hinchan con el efecto del aire acompañando sus desplazamientos.

Esta obra es un ejemplo típico del estilo tardío de Cunningham, con actividad densa de bailarines, evolucionando acompasados, buscando ángulos a partir de los cuerpos.  Mediante la imaginación podemos ver la escena de los insectos acuáticos evolucionando, durante las horas de más calor, al caer el sol de la tarde, lo que viene reforzado por la iluminación en ocaso, que simula esas horas tardías. Esta iluminación sugiere efectos naturalistas y artificiales, mediante ciertos tonos rosados y amarillentos cálidos, provenientes de un lateral y a la altura de los bailarines, lo que nos remite a ese ponerse el sol.





La evoluciones de los bailarines aluden  a una sensación de libertad, donde los danzantes, descalzos, realizan las distintas coreografías de una manera muy poco rígida, poco estandarizada, muy libre. Donde algunas posturas nos pueden recordar a las danzas orientales, ya que Cunningham estaba muy influenciado por la filosofía Zen, y ello lo podemos ver en esta obra, con su relación con la naturaleza también, en un suave equilibrio de tensiones y reacciones concatenadas entre los bailarines.
Esta sensación libre también la vemos reflejada en lo natural que son las tipologías de lo bailarines, nada estereotipados, sino todo lo contrario, de complexiones muy normales.

Movimiento, imaginación, percepción, pensamiento que nos llevan a gozar, en esta obra,  de una gran sensación de libertad, espontaneidad y frescura.

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